Empecé a escibir los poemas de “Una imagen llega en la tarde” hace unos seis años. Como casi siempre me pasa con la poesía, me guió la necesidad de entender algo. En ese momento creía que lo que quería entender estaba relacionado con una zona velada de mí vinculada con el misterio de lo femenino (no es que lo masculino no tenga misterio pero creo que lo femenino es más misterioso). Sé que para algunxs puede sonar raro que la poesía se convierta en un tipo de ejercicio de autoconocimiento personal, pero a mí me funciona. Coincido también con quienes dicen que la poesía no tiene una función particular, que no es una práctica instrumental. Pero a mí también me sirve. Siempre que la necesité, la poesía estuvo ahí para servirme.
Escribí sin resistencia de pé a pá todos los poemas del libro en un período de uno o dos años. Tal vez tres. Después me dediqué a leerlos y me di cuenta de que no sólo lo femenino (en mí y para mí) se había vuelto cada vez más misterioso, sino que tuve la sensación de que los poemas eran manchas esparcidas sobre una superficie dudosa. En ese momento hablaba mucho con una psicóloga y me resultó fácil responsabilizarla por mi confusión. Con el paso del tiempo los poemas se fueron limpiando. No se fueron limpiando solos, obvio: los fue limpiando el tiempo. O los fue “limando”, mejor dicho. Algunos poemas salieron de una y quedaron tal cual. Otros están súper tocados; algunos ni valían la pena y quedaron afuera. Al momento de corregir el libro intenté priorizar cierto pulso formalista con la expectativa de que, ante la posible aparición de ciertas lagunas, al menos quedara un sonido de fondo. A veces uno recuerda ciertos lugares o personas por sus olores, colores o por los ruidos que rodean una situación. Me gustaría que pase lo mismo con estos poemas.
El libro se llamaba originalmente “Mujer en la sombra” (…). Después se llamó “Cenizas de un álamo” (…). Después me pareció mala idea y volví a la zona oscura para quedarme con “Última sombra”. Mi amigo Pablo me dijo que le gustaba porque le parecía ochentoso. A mí también me gustaba un título así. Sonaba monumental y también medio choto. Por suerte Washington Cucurto leyó el libro y como es poeta detectó al pasar un verso que terminó por resumir mejor que ninguna otra cosa el carácter de estos poemas: A la tarde llega una imagen…
Quiero agradecer a Eloísa Cartonera por darme la oportunida de publicar este libro. A María por su fino trabajo y su excelentísima onda. A Cucurto por su generosidad y entusiasmo. También a todxs lxs amigxs que leyeron versiones anteriores de este libro y me dieron sus opiniones.
Quiero recordar también a nuestro amigo Miguel, que murió hace pocos días. En su librería de la calle Puán conocí varios libros y poetas publicados por la Cartonera. También presenté mi segundo libro, Villa Negra, el libro con el que me sentí poeta por primera vez. Después nunca dejé de ir. A veces pasaba en la bici y lo saludaba con la mano. Otras volvíamos con mi hijo Salva de tae kwon do y nos quedábamos charlando en la vereda. Me gustaba abrazarlo y sentir su cuerpo grandote. Había un corazón enorme ahí adentro. Todavía lo puedo escuchar.
Muchas gracias.
— Piro Jaramillo